Por Solange Garijo

El psicoanálisis como artificio

El párrafo seleccionado para esta ocasión pertenece al Seminario 17 El reverso del psicoanálisis. Cito: “Si hay un saber que no se sabe, se instituye en S2, es decir, lo que llamo el otro significante. Ese otro significante no está solo. El vientre del Otro, el A mayúscula, está lleno de ellos. Que instituye el analista ¿…Lo que el analista instituye como experiencia analítica, puede decirse simplemente, es la histerización del discurso. Dicho de otra manera, es la introducción estructural, mediante condiciones artificiales, del discurso de la histérica “ “Este discurso existe y existiría de todos modos, haya o no psicoanálisis” (Lacan (1992), pág. 33)

Para poder abordarlo propongo transitar por algunos caminos previos.

Los vínculos humanos están tejidos de palabras. Estas palabras forman tramas discursivas que atraviesan los cuerpos, generando interacciones discursivas. Los discursos nos tironean, no desde fuera, sino desde nuestras entrañas, incidiendo en nuestra forma de proceder, hablar, sentir y gozar.

Para Lacan, el psicoanálisis no se constituye de una teoría y una práctica, es un modo discursivo, es decir, una praxis. Las estructuras discursivas son operativos sociales, son máquinas funcionales. Las estructuras no son edificios conceptuales, son dispositivos en donde el sujeto ocupa diversos lugares, según sus desplazamientos. La escritura de los cuatro discursos de Lacan es su despliegue operacional. No sólo el sujeto tiene un lugar de agente en un lazo determinado, sino que se coloca en diversos lugares.

El discurso, para el psicoanálisis, no es un sistema operativo circular, no es una estructura cerrada. No se trata de los modos y las leyes a través de los cuales funciona un sistema. El discurso se constituye sobre leyes de lenguaje, pero su operatividad se estructura a partir de una falta. Más claro: las estructuras no se entienden por su organización sistemática, sino por donde hacen agua, donde fallan.

El discurso analítico denuncia que no hay estructuras sin fisura, como tampoco existe una sociedad sin fracturas, malestar ya anunciado por Freud como constituyente de la cultura misma.

La introducción del objeto a como agujero en la estructura, abre y promueve, al mismo tiempo, la falta como consustancial de las leyes y del lenguaje. No hay centro, no hay ley sin falla: no hay causa sino la pérdida.

Lo que aparece en la tipología de los discursos propuesta por Lacan es precisamente un sujeto sujetado a los lazos sociales. La estructura está agujerada y la ley del lenguaje es fallida.

El Seminario 17 , en donde está presentado el concepto que hoy nos convoca, se enmarca en el 5º paradigma del goce, que Miller denomina El goce discursivo y que consiste en deducir el agujero del goce a partir del significante. Lo que Lacan llamó Discurso es de alguna manera alienación y separación unificadas y al inicio del seminario 17 indica que hay una relación primitiva y originaria del saber, de los significantes, con el goce. A diferencia de los paradigmas anteriores, en los que primero estaba la estructura, la articulación significante y luego el ser vivo y la libido.

La relación con el goce es intrínseca al significante y Lacan destaca la repetición como repetición de goce. Los discursos de Lacan introducen que el significante representa al goce y que al hacerlo falla.

El sujeto necesita la repetición significante por su representación y por su división, que deja siempre una parte irrepresentable. El saber es presentado por Lacan como medio de goce en dos sentidos: tiene efecto de falta y produce el suplemento, el plus de gozar.

La repetición está animada y condicionada por el desfasaje entre la falta y el suplemento.

Todo lo que se nos está permitido gozar, es en y por pedacitos. Por eso Lacan habla de las migajas del goce. Y nuestro mundo cultural, hoy más que nunca por la acción de la tecnología, se puebla al infinito de sustitutos de goce que son cositas de nada, migajas o pan sustancioso, que dan incluso su estilo propio a nuestro modo de vivir y gozar contemporáneo.

Retomemos entonces el párrafo del seminario 17.

La operación analítica al inicio es descripta entonces como un artificio.

El diccionario de la Real Academia Española dice al respecto: Del lat. Artificium: Arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo, artefacto, aparato, máquina, artilugio, predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad.

Este artificio hará surgir el sujeto del y en el análisis.

Este surgimiento, que la expresión “el vientre del Otro “hace resonar al sintagma “concebir un sujeto”, supone un atravesamiento y una maniobra del analista.

Este artificio es necesario, pero su producción es contingente, dependiendo de las coordenadas de cada análisis. Lejos de los standards y de los protocolos, está ligado a los giros del analista.

Se podría pensar en un estado natural, salvaje, del síntoma, un estado del síntoma por fuera de la maquina psicoanalítica. Una vez introducido en el aparato, en la caja negra analítica, el síntoma sale enmarcado, ordenado.

Miller describe al sujeto del análisis como una caja vacía, un lugar vacío donde se inscriben las modalizaciones, el lugar de la enunciación, que justamente es el propio lugar del inconsciente.

Miller denomina a este momento del dispositivo la Localización subjetiva. Esta localización subjetiva es un acto del analista, un acto ético. El analista a través de la separación entre enunciado y enunciación, a través de la reformulación de la demanda, de la introducción del malentendido, dirige al paciente en una vía al encuentro del inconsciente.

Las entrevistas preliminares no son solamente una investigación para descubrir dónde está el sujeto, sino se trata de efectuar un cambio en la posición del sujeto. Es por eso que las entrevistas preliminares permiten una rectificación subjetiva.

En La dirección de la cura y los principios de su poder (1958), Lacan habla de “rectificación de las relaciones del sujeto con lo real”. Se trata de introducir al sujeto en una primera localización de su posición con relación a sus dichos. Esta primera localización conducirá al sujeto analizante a aceptar la asociación libre.

Lacan llama Rectificación subjetiva cuando en el análisis el sujeto aprehende su responsabilidad esencial en lo que le ocurre. La paradoja es que el lugar de la responsabilidad del sujeto, es el mismo del inconsciente.

La importancia de este movimiento es destacado por Lacan como indispensable para el inicio de un análisis. Cito: “Lo que conduce al saber es el discurso de la histérica “(Lacan, 1992, pág. 22).

“Lo que la histérica quiere en el límite, que se sepa, es que el lenguaje no alcanza a dar la amplitud de lo que ella, como mujer, puede desplegar con respecto al goce. Lo que le importa a la histérica no es esto. Lo que le importa, es que el otro que se llama hombre sepa en qué objeto precioso se convierte ella en este contexto de discurso.”

“¿No es esto, después de todo, el fondo mismo de la experiencia analítica, si digo que da al otro como sujeto el lugar dominante en el discurso de la histérica, histeriza su discurso, hace de él este sujeto a quien se le pide que abandone toda referencia más allá de los cuatro muros que le rodean y produzca significantes que constituyen esa asociación libre, para decirlo todo, dueña del campo? (Lacan, 1992, pág. 35).

Introducido el analizante en esta producción de significantes, podríamos decir que se ha iniciado un análisis.

“Si el analista no toma la palabra, ¿Qué puede resultar de esta copiosa producción de S1? Ciertamente muchas cosas” (Lacan, 1992, pág. 35). Con fina ironía Miller asegura que frente a esta lluvia de S1, el analista debe intervenir con su especificidad, sino podría llegar a obtenerse una enciclopedia o construirse una maquina electrónica gracias a la cual el analista no tendría más que sacar un ticket para dar la respuesta.

¿Cuál es su especificidad? Lacan responde: “Veamos que está en juego aquí en el discurso del analista. El, el analista, es el amo. ¿Bajo qué forma? ¿Por qué bajo la forma del a?

“Otra cuestión es saber qué lugar ocupa el analista para desencadenar el movimiento de investidura del sujeto supuesto saber, sujeto que , si se lo reconoce como tal, es fecundo de antemano en lo que se llama transferencia”(Lacan , 1992, pág. 39).“Por su parte el analista se hace causa del deseo del analizante. ¿Qué significa esta rareza? ¿Tenemos que considerarla como un accidente, una emergencia histórica, aparecida por primera vez en el mundo? (Lacan, (1992)pág. 39)

Se despliega la asociación libre y se le da valor de verdad, y es porque se le da valor de verdad, de emergencia de verdad que se pone en marcha entonces la asociación libre que si se reciben también algunos empujoncitos del analista -, se muestra totalmente capaz de ordenarse en discurso. Por el sesgo de la asociación libre, de las emergencias de verdad, se las transforma en discurso articulado. Ese discurso, es el inconsciente mismo. Es lo que Lacan llamaba el discurso del Otro, es decir que concebía al inconsciente como un discurso, definiendo el inconsciente como un saber, una articulación.

Miller en la clase del miércoles 21 de enero de 2009 de “Cosas de finura en psicoanálisis” muestra que la última enseñanza de Lacan está hecha para negar esto. Al menos para sacudirlo y para ayudarnos a situar de otro modo lo que ocurre en la experiencia analítica.

Las formaciones del inconsciente irrumpen por sorpresa y cuando emergen, no tienen sentido, parecen absurdas o insensatas o inverosímiles.

En esos instantes fugaces, la operación analítica se nos aparece como jugando contra el inconsciente. Si limpiamos el inconsciente de la atención que circula a su alrededor, el inconsciente es real. Se trata del inconsciente tomado al ras de las formaciones del inconsciente o como lo llama Lacan en el Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, el esp de un laps, asegurando que ahí es donde el analista está seguro de estar en el inconsciente.

Con el Lacan de 1953 el inconsciente es simbólico. El Lacan de 1969 incluye el objeto a. Al final de su enseñanza, lo que cambió, es la definición misma del inconsciente: El inconsciente es real, quiere decir: El inconsciente no es simbólico. O incluso: Cuando se vuelve simbólico, se vuelve otro.

La operación analítica que es la que hace pasar el inconsciente de lo real a lo simbólico, que hace pasar el inconsciente de la verdad a la mentira.

Es el despertar del psicoanalista, alertar sobre el hecho que la operación analítica esta tejida de semblantes. Incluso Lacan califica al analista como el que se inserta en la relación que tiene el sujeto con el inconsciente real. El analista no aparece más que como el medio para hacer pasar el inconsciente de lo real a lo simbólico.

La transferencia deja de aparecer en primer plano y está por el contrario incluida, a este nivel, en el concepto de histeria, es decir el sujeto histérico entendido como el sujeto que responde al deseo del otro.

El análisis entonces, es el deseo que el sujeto preste atención, que el sujeto diga la verdad, y de este modo, mienta, que cuente una historia. Es el valor del neologismo de escritura que Lacan produce escribiendo: hystoria – con la y griega de histeria (hystérie). Es una historia que responde al deseo del otro.

La experiencia analítica comienza por la histerización del sujeto y en la transferencia, teje una hystoria para el analista. Construye un saber que es una elucubración, y que es del registro de la verdad en tanto que la verdad tiene estructura de ficción.

Un psicoanálisis es sin duda una experiencia que consiste en construir una ficción con la introducción del sujeto supuesto saber. Pero al mismo tiempo, es una experiencia que consiste en deshacer esta ficción. Es decir que el psicoanálisis, no es el triunfo de la ficción: la ficción es allí más bien puesta a prueba en relación con su impotencia para resolver la opacidad de lo real.

Entonces, ¿quién sería analista? Miller afirma: Sería alguien para quien su análisis le hubiera permitido demostrar la imposibilidad de la hystorización, es decir que habría podido con validez concluir en una imposibilidad de hystorización, y que por lo tanto podría dar testimonio de la verdad mentirosa bajo la forma de ceñir el salto entre verdad y real.

Un analista, sería alguien que sabría medir la distancia entre verdad y real, y de este modo, sabría instituir la experiencia analítica, es decir la histerización del discurso.